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Panaram Playful Learning

Sobre mí

¡Hola! Me llamo Caterina y nací en Manresa en el 83, donde viví hasta que me fui a la universidad.

De pequeña, pasaba muchas tardes en la escuela de dibujo de mi madre entre taburetes amarillos giratorios, mesas gigantes reclinables y godetes salpicados de magenta y cian. Nadie tenía que hacer ningún esfuerzo para que yo me animara a llenar hojas, el tiempo se colaba mágico y vertiginoso.

Si no estaba allí, significaba que mi abuela me había ido a recoger a la escuela. Ahora, conociendo a mis hijos, pienso que seguramente yo también me movía mucho, de pequeña. Fuera lo que fuera, un buen día, mi abuela decidió, unilateralmente, que era el momento de invitarme a sentarme tranquila y enseñarme a multiplicar.

Creo que sus métodos no eran especialmente modernos, pero sí muy eficaces: me maravillaba que confiara tanto en mí y estuviera tan preocupada por mis aprendizajes.

También me maravillaba su austeridad: nunca se atrevió a gastar un papel en blanco para nuestras tareas. Los márgenes amarillentos de La Vanguardia resultaban amplios y se convertían rápidamente en un mar de números y signos matemáticos.

Caterina

Dice Mauricio Wiesenthal en su Luces de vísperas que “los caracteres humanos se dividen siempre en dos bandos: unos toman partido por el eros (los artesanos y artistas) y los otros, los burgueses, por la utilidad y el dinero”

Pues bien, yo mientras abandonaba la adolescencia, también fui abandonando el eros y, por eso, primero estudié economía y, luego, sucumbí a la consultoría de empresas donde me crucé con apellidos ilustres, conocí al padre de mis hijos e hice un puñado de buenos amigos. Al cabo de unos años, cofundé una empresa donde desarrollamos un software para contar personas en sitios concurridos como festivales de música o andenes. Trabajé ahí durante mucho tiempo.

Y es que, aparte de los taburetes amarillos giratorios y las salpicaduras de magenta y cian, también recuerdo a mi madre haciendo números y que, normalmente, su conclusión era que no le salían. Seguramente, nunca recibió ni un solo mensaje de empoderamiento. Y, claro, un día renunció. Por eso, yo opté por un camino más normativo y, aparentemente, más sensato.

Pero un buen día, me topé con mi primer hijo, todo energía, ojos y movimiento y me invadió la necesidad de impregnarlo de lo más valioso que me habían regalado de pequeña. Me deslicé hasta el taller de mi suegro, un reconocido maquetista de arquitectura. Aquello estaba hasta los topes de maderas, sierras y cortadoras láser y las personas que trabajaban allí me ayudaron a fabricar los prototipos y las primeras unidades de lo que me bailaba por la cabeza. Puse en marcha Panaram por las noches, mientras de día conservaba mi vida normal.

Pero de golpe llegó el virus y el confinamiento y la normalidad desapareció para todo el mundo. De forma que hacer cosas extrañas estaba a la orden del día y parecían menos extrañas. Además, la empresa donde contábamos gente dejó de tener que contar porque todo el mundo estaba en casa, de forma que yo tuve un poco más de tiempo. Poquito a poco, Panaram fue creciendo y, finalmente, me dediqué a ello de pleno.

Creo que este ritmo de vida es más soportable si convives con gente que lo comparta. Más que nada porque a menudo te sientes rara y apartada y, a veces, flirteas con la idea de volver a tener un trabajo convencional con viajes y reuniones multitudinarias cada dos por tres. Por lo tanto, va muy bien que, de vez en cuando, te recuerden otros detalles que no te gustaban tanto.

No sé si es que Dios nos crea y nosotros nos juntamos o si, primero, nos juntamos y, después, nos vamos haciendo, pero el hecho es que mi entorno está lleno de personas que se inventan cosas y las tiran adelante a base de tropiezos, empujones y barrancas.

Así que, a finales del 2022 y desafiando las leyes de la gestión empresarial, mis cuñados, mi pareja y yo decidimos unirnos para crear una nueva empresa, poner ahí todos nuestros proyectos y unir esfuerzos.

¿Qué podía salir mal? Casi todo. Pensé tanto que se me gastó la cabeza, pero, finalmente, me vi como un pequeño engranaje el deber del cual es tan sólo permitir que las cosas vayan un poco mejor. Así que, Panaram ahora comparte espacio y trifulcas con Concentric, Matèria Prima y Jila. Y es de esperar que salgan colaboraciones más estrechas, más allá de la gestión empresarial. Estad atentos porque la cosa promete 🙂

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